Por: María Ruth Mosquera

Detrás de la potente voz de la joven cantante, quien hoy batalla por su vida en una clínica de Valledupar, está la historia de una herencia ancestral, de luchas, determinaciones y de los proyectos que hoy están en espera.

Ella es reina de un castillo, no porque se haya casado con rey alguno, como lo define la Real Academia de la Lengua, sino “por derecho propio”, dado por su ancestralidad y su destino, que comenzó a tener lugar aquel viernes 9 de abril (1999) cuando siendo la 1:30 rompió la tarde llorando el llanto de los que por primera vez se asoman a la luz del mundo, al que llegaba no solamente para alegrar a su parentela sino a resignificar, al menos en su entorno, la evocación emblemática de la tragedia (‘El Bogotazo’) que marcó esa fecha para el país y que ese día era noticia nacional porque se cumplían setenta años.

Ana María Cecilia Del Castillo Jiménez. Había expectativa por su nacimiento, debido a que la niña venía con promesa: “En el momento que mi hermana sale embarazada, Dios a Rosita (Rosa Jiménez) la da una palabra, dice: Lo que tú estás gestando es una bendición; y nosotros hasta el momento hemos visto la gloria de Dios en la vida de Ana María. Dios dijo que iba a ser una bendición y es una bendición”, dice Nubia Jiménez, su tía/amiga, quien fue la primera persona que la cargó al nacer. “La primera que la recibí fui yo, su tía. Nació linda, con los ojos entre verdes y grises y me los abrió; rubiecita; linda mi niña”.

Cuna de cristianos con talentos para el canto, por lo tanto su adaptación al mundo estuvo amenizada con canciones entonadas por su mamá y sus tías, que a su vez lo habían bebido de su madre Berta silva de Jiménez (abuela de Ana). De este modo, la información musical que recibía de oído se conjugaba con la que hidrataba sus venas por línea materna, pero con una fuerza avasalladora del linaje paterno, por cuanto ella es la hija de un tenor, lo que explica que su voz sea tan potente, tan distinta, tan distante de otras voces femeninas.

En palabras de Andrés ‘El Turco’ Gil, erudito en asuntos musicales y su mentor por un tiempo, “hay muchas mujeres que cantan bonito, pero Ana tiene una capacidad pulmonar superior”. Esa capacidad, explica, es como la equivalencia a la voz tenor de su padre, pero en femenino, que no es soprano, por cuanto este es un tono agudo propio de las “voces blancas” y la de ella “tiene más cuerpo, más potencia”, orienta Gil.

Por dos años, Ana Del Castillo permaneció bajo la tutoría de Andrés ‘El Turco’ Gil, como parte de la gran familia de su Academia de Música Vallenata.

La hija del tenor

La historia de Manuel José Del Castillo Amaris está escrita con música recibida a través de los genes de Cecilia, su madre, destacada dama de San Juan de Ciénaga, en el departamento del Magdalena Grande, por su belleza física que era similar a la de su canto y su maestría interpretando el piano. Allá nació Manuel, un cantante natural cuya voz romántica brotaba en forma espontánea en cada fiesta o reunión a la que iba, como expresión de su esencia.

Ana Del Castillo heredó su talento vocal de su padre Manuel Del Castillo, quien fue dueño de una potente voz tenor, a la cual debió renunciar debido a un cáncer que obligó a extirparle la laringe.

Fue así como el eco de su voz tenor llenó espacios en diversos puntos de la geografía nacional. El médico ofrecía recitales acompañado de destacados pianistas y también se llevaba el honor de ser declarado fuera de concurso en varios eventos de competencia. Terminada su carrera, se regocijaba ejerciendo sus dos grandes pasiones: servirle al prójimo a través de la medicina y derramar su alma en cada canto. Pero un día, como un mal chiste del destino, le diagnosticaron un cáncer en la cuerda bucal derecha; él se aferró con fe a un tratamiento, pero el parte médico le anunció algo devastador: Tenemos que extirparle la laringe. “Me hicieron una radioterapia convencional, pero no fue suficiente; el tumor se reprodujo y tuvieron que practicarme una traqueotomía definitiva; me cortaron la parte superior de la laringe”, narró el médico hace varios años en una entrevista en la que entregó detalles de esa etapa, que calificó como la “más dura de mi vida”.

La traqueotomía significaba despedirse para siempre y de manera abrupta de su voz y por ende de su arte de cantor. “Me quise morir”. No recordaba las últimas palabras que salieron por su boca, sí era consciente de que al despertar de la anestesia ya no podría hablar. Eso lo sabían muy bien sus familiares y amigos que lo abrigaron con su afecto de modo que el médico experimentó y pudo dar el mismo amor de antes, pero en una medida más intensa; ese amor que está por encima de lo expresable con palabras. “A los tres meses de la operación, ya estaba trabajando porque si uno se queda en su casa rumiando su tristeza, entonces sí es más duro”, relató.

Un radical cambio a la vida hasta ese entonces conocida que le costó tiempo y esfuerzo asimilar, porque “eso me apartó me la música; mi mayor apoyo era ella; antes cantaba y aprendí a tocar el piano”. Y todo ese amor musical lo volcó en la medicina y aprendió a vivir su vida nueva, que lo muestra con un laringófono colgado en su cuello, un aparato que interpreta y traduce las palabras que se originan en su interior, pero que se ahogan en su garganta, aunque su boca cumpla su función de gesticular lo que el aparato dice.

Una pasión por el canto que se truncó en su persona, pero que se hizo realidad a través de Ana María, única de sus hijos con el don del canto, el cual ejerció desde sus primeros años, según lo confirma Nubia Jiménez.

“Ana María se formó escuchando música clásica de su papá”, relata Jiménez y menciona nombres de grandes artistas de la música universal, entre ellos a Nat Kind Cole de quien el médico le dedicaba a su hija “Cachito, cachito, cachito mío; pedazo de cielo que Dios me dio; te miro y te miro y al fin bendigo, bendigo la suerte de ser tu amor. Me preguntan que porqué eres mi cachito y yo siento muy bonito al responder que porque eres de mi vida un pedacito al que yo quiero como a nadie he de querer” (Cachito mío). “Y esa niña era feliz cuando su papá le colocaba esa canción. Nosotros nos formamos en esa música con ella y ella cantaba”, precisa la tía.

Capitalizando su legado

De esta manera, lo que sucedió después en la vida de Ana Del Castillo no fue otra cosa sino la exteriorización de eso que lleva por dentro, que ha potenciado con decisión y esfuerzo, para lo cual ha ido encontrando en su camino ángeles que han valorado ese talento excepcional y la han fortalecido para quitar espinas del camino y avanzar hacia lo suyo, pues ha dicho que lo suyo es el canto.

Sucedió cuando abordó a Andrés ‘El Turco’ Gil y le pidió que la guiara musicalmente. “Yo estaba en el centro comercial Guatapurí y alguien me llamó, me dijo: Yo soy Ana Del Castillo y quiero ir a su escuela”. Lo que sucedió después fue su integración, no solo como alumna sino como moradora, a la gran familia que conforman los aprendices y maestros en la Academia de Música Vallenata Andrés El Turco’ Gil, a la que perteneció por un periodo aproximado de dos años, en los que su voz recorrió escenarios nacionales, incluido el emblemático Hotel Tequendama de Bogotá.

Pero antes de esto, en 2011, ya Ana había asombrado con su voz a Marbelle, Juan Carlos Coronel y José Gaviria, jurados de Factor X que le dieron un sí para pasar a las galas en Bogotá. Aunque la historia allí no se completó, ella continuó el camino que reconoció desde su ancestralidad y por el cual avanza con paso firme. Las redes sociales han sido fundamentales para contarle al mundo que ella canta, que lo hace en forma distinta.

Así llegó a ojos del acordeonero y compositor Rolando Ochoa, quien la invitó a cantar la canción ‘El apagón’ en la producción que hizo en homenaje a su padre Calixto Ochoa; siendo Ana la única voz femenina en participar. También por las redes sociales la descubrió el compositor Wilfran Castillo, quien le dio su bendición al punto de acompañarla con su guitarra a cantar; igual que el cantautor y acordeonero Omar Geles, con quien ha cantado en escenarios repletos de público. “Le brindaron confianza musical para hacer coros, Omar Geles para hacer el montaje de sus composiciones”, cuenta Oscar Ortiz, amigo y guitarrista de su agrupación, quien asegura que la voz de Ana “no tiene similitud con ninguna otra interprete” y expone una tesis sobre su capacidad respiratoria: “puede que su diafragma y físicamente su cuerpo le brinde ese respaldo muscular. Ella es una estructura que Dios diseñó especialmente para cantar”.

Un salto enorme lo dio esta artista el año pasado cuando no sólo cantó con Iván Villazón y Saúl Lallemand el tema ‘Pero qué va’, sino que protagonizó con ellos el video, poniendo de presente sus cualidades para el modelaje y la actuación en un video oficial que está cercano a los tres millones 800 mil visitas en Youtube. Es una artista de moda, cuya imagen aparece en carteles que anuncian los grandes conciertos, que actúa como invitada en tarima con destacados artistas de vallenato y cuyas apariciones en redes sociales se hacen virales en minutos.

Para este mes de febrero estaba previsto en lanzamiento del primer sencillo de la cantante, titulado ‘Dime qué se siente’, cantando a dúo con Omar Geles. Se trata de una fusión del género vallenato con el popular, al que las circunstancias pusieron un stop.

Un alto en el camino

Hoy la imagen de Ana del Castillo es viral por algo distinto a su talento y los dedos la señalan para bien y para mal, mientras ella libra una batalla por su vida en una clínica de Valledupar, después de hechos trágicos sucedidos la madrugada del miércoles 20 de febrero, cuando se movilizaba en una camioneta con el cantante urbano Juan Mindiola; hechos que la mandaron a ella en una unidad de cuidados intensivos con respiración artificial y a él a un centro de detención de la Fiscalía. Ambos salieron de esos sitios; ella para una habitación de la clínica, donde permanece en delicado estado de salud; él, a una libertad porque según la Justicia no hay pruebas que lo responsabilicen de las lesiones que llevaron a la artista a los linderos de la muerte. Y en la expectativa de todo, hay una sociedad a la espera del desenlace de todo.

Hay censura social que la ataca y defiende, pues por un lado están quienes la responsabilizan de lo ocurrido como una de las consecuencias que resultan como efecto lógico de sus propios actos; que la señalan porque bailó reguetón en tarima, porque se dio un beso con otra mujer, porque se montó en la madrugada en un carro sin que fuera alguien sobrio conduciéndolo; quienes sugieren que debe escoger mejor sus amistades y compañías… Por el otro lado están quienes defienden su derecho a ejercer su libre albedrío, así como los comportamientos equivalentes a su edad (19 años); quienes dicen que no está bien que por ser artista o figura pública una persona tenga que estar expuesta a la opinión de todos como si fueran dueños de su vida; que hay que estar en los zapatos de cada quien para saber por qué actúa como lo hace; quienes postulan que es ella a quien le corresponde decidir qué hace y qué no, con sus actos y consecuencias, porque al fin y al cabo es ella, como arquitecta y reina de su castillo, como protagonista y redactora de su historia, quien tiene la potestad para escribirla, haciendo tachones o enmendaduras, subrayando o resaltando sus memorias, cambiando o reafirmando el rumbo de la trama.

 

Por: María Ruth Mosquera