Durante el recorrido de esta crónica, las lágrimas nunca le faltaron a Dulzaide Bermúdez Díaz, quien no podía contenerlas porque el recuerdo del maestro Calixto Antonio Ochoa Campo invadía completamente su pensamiento. Ella, su fiel compañera,

habló durante dos horas de lo que fue su vida desde el día en que lo conoció y hasta cuando se despidió del mundo terrenal. Las lágrimas eran contrarias a la promesa que le había hecho al maestro cuando en una ocasión lo notó mal de salud y se puso a llorar. Él, al verla, le preguntó el motivo y ella solamente atinó a decirle: “Te estoy llorando en vida, porque muerto ya para qué”. En ese momento, él también la acompañó en el llanto, le sirvió para retomar fuerzas y salir adelante.

 

La foto del comienzo

Para Dulzaide, sintetizar tantos y tantos años desde que conoció al “maestro”, como lo llamaba, no es tarea fácil porque encierra todo un compendio de hechos que son la verdadera radiografía de ese campesino que supo darle el mejor uso a su acordeón, poner el cerebro en fila logrando que le regalara melodías y las letras adecuadas con la finalidad de poder armar las canciones que eran y son la alegría de muchos.

Después de pensar por un momento, comienza a narrar: “Al maestro lo conocí en el año 1971, exactamente en la caseta ‘Brasilia’ del señor Delio Cotes, acá en Valledupar. Yo era una jovencita y mi mamá Alicia Díaz me llevó. Tocaron Los Corraleros de Majagual”.

Los recuerdos los tenía a flor de piel, y continúa. “Él, al poco tiempo me saludó, me invitó a bailar y mi mamá concedió el permiso. Después pasamos a la mesa y muy amablemente me pidió que nos tomáramos una foto. Esa foto la guardo como el mayor tesoro, porque fue el inicio de algo que el tiempo se encargó de unir”.

De pronto, hace una pequeña parada para indicar que la historia es demasiado larga, donde cada uno tomó su camino y más adelante se encontraron para vivir sin contratiempos. Entonces, aparecen escenas de Valledupar, Cartagena, Barranquilla, incluso, Estados Unidos, exactamente en la discoteca ‘La Clave’ de Miami, donde en medio de música llenaron juntos el crucigrama del sentimiento que los llevaría tiempo después a la ciudad de Sincelejo donde vivieron juntos desde el miércoles 23 de junio de 1993, primero en un apartamento, para luego pasar a su propia casa ubicada en el barrio Las Terrazas.

Después de contar algunas cosas de esta inigualable relación, regresa en el tiempo para comentar que Calixto Ochoa tuvo su propio razonero. “Mis padres eran muy celosos conmigo, pero recibía las carticas y los regalos que me enviaba el maestro a través del cajero Simón Herrera, padre del rey vallenato Juan David Herrera. Claro, que en ese tiempo no se concretó nada. Era joven y estaba estudiando. De todos modos quedó la semilla”.

Enseguida se llevó las manos a la cara y atrapó muchas lágrimas que brotaban sin pedir permiso. En ese momento, el recuerdo le movía su corazón de lado a lado.